lunes, 3 de octubre de 2011

La Lluvia (part23)

Francisca pasó casi toda la noche sin pegar ojo, pensaba en todo lo que estaba sucediendo en aquella casa, con su hijo, con su vida. Siempre acostumbraba a dormir con la puerta abierta, pero esa  era la primera vez la cerró en toda su vida, sentía miedo por lo que pudiera hacerle aquel extraño en el que se había convertido su hijo. Tenia que tratar de liberar a la chica de ahí abajo, de liberarse ella de Hector o como quiera que se llamase ¿pero como? Lo más fácil seria que pudiera hacerse con la llave de la puerta, imaginaba el plan y parecía sencillo aunque para nada lo era, debía aprovechar el más mínimo descuido de su simulado hijo, normalmente dejaba las llaves colgadas en un pequeño gancho de la cocina, pero dudaba si en ese juego estaría la que ella necesitaba, debería probar casi todas con lo que llevaba un riesgo y un tiempo importante hacerlo.
Hector tampoco durmió demasiado, estuvo trabajando en su nueva identidad para cuando todo hubiera pasado. Su verdadero oficio era el de hacker, el de falsificador  y el trabajo que tenia como diseñador web era una mera tapadera para tener de donde fiscalizar ingresos. El sueldo que ganaba no era ni de lejos una pequeña parte de lo que llegaba a cobrar por documentos falsificados o información que le pedían de compañías, empresas e incluso personas. No le ocupó más que tres horas el hacerse con una nueva identidad, disponía de gran variedad de pasaportes y documentos de identidad de muchos países. Después se dedico a cavilar como y con que pretexto haría bajar a Alberto al sótano, solo imaginarse las caras que pondrían su “invitada” y el carpintero le provocaba una excitación placentera, hubiera deseado que se produjera en ese mismo instante. Poco a poco iría llenando aquel sótano con el numero de personas que le habían indicado, cuatro. Lo único que le faltaba era saber que haría con ellas, pero lo primero era lo primero.
El día amaneció con una invasión de nubarrones que cubrían el cielo, pese al calor reinante las previsiones meteorológicas decían que llovería abundantemente. Alberto, como siempre puntal, esperaba a su hermano junto al portal. Germán bajó como siempre diez minutos más tarde de lo acordado, también como era de esperar se llevo una colleja entre risas por parte de de su hermano. Antes de desplazarse hasta el lugar de trabajo decidieron desayunar, lo hicieron tranquilamente para sorpresa de Germán, su hermano acostumbraba a meterle prisa para llegar cuanto antes al tajo. Pero esa mañana Alberto no tenía demasiadas ganas de volver a aquella casa, pero por mucho que quiso alargarlo, el café y el croissant no daban para más. Cuando estuvieron junto a la verja metálica de la casa hicieron sonar el claxon para advertir de su llegada, Alberto llamó al portero automático mientras su hermano descargaba la herramienta.
-Buenos días Alberto-saludó Hector
-Buenos días, aunque un poco grises- contestó con una sonrisa algo forzada. No se le escapó que el dueño de la casa tenía la cara algo demacrada, unas ojeras extemadamente marcadas le daban a su rostro un aspecto sombrío, siniestro.
Hector no había reparado en Germán, es más, cuando hubo pasado Alberto al interior de la vivienda, cerró la puerta tras él y cuando se disponía a volver a ser su sombra volvió a sonar el portero automático. Se quedó parado unos segundos, miraba a la puerta y al carpintero sin entender que pasaba -Hoy he venido acompañado-dijo por fin Alberto. Pulsó el botón de apertura de la verja y dejó la puerta del chalet entre abierta, aquello le despistó por completo, todo los planes meditados durante la noche ya no le valían de nada, la presencia del hermano lo complicaba todo. Tuvo que reprimir su rabia y su frustración, cosa que lo le gustaba nada. Alberto saludó desde el pié de la escalera a Francisca que estaba sentada en el salón, un casi inaudible hola salió de su boca y giró de nuevo su cabeza hacia el televisor apagado. Otro detalle que tampoco se le había escapado, no era normal el comportamiento de la mujer, en sus dos anteriores visitas le había saludado efusivamente e incluso le había ofrecía un cafelito, como decía ella. Germán ajeno a todo esto, entraba herramienta en mano silbando “de luz y de sal”, una canción del artista que a su novia le gustaba tanto, no sabia por que le vino esa canción a los labios, a el no le gustaba esa música pero casi se alegro de silbarla por que le vinieron recuerdos de Diana.
Hector indicó a Germán hacia donde tenia que dirigirse, subió tras el las escaleras y comprobó que el Alberto también estaba allí, se dio media vuelta y los dejo solos. Entró en la cocina, preparo el desayuno para el y para su madre, luego fue hacia el salón cargado con la bandeja, Francisca se levanto del sofá como un autómata y se sentó a la mesa. Un fuerte trueno la saco de su ensimismamiento haciéndola temblar por el susto, su hijo la miraba con cara de preocupación, no había abierto la boca desde la noche anterior. La inquietud que sentía por la conducta de su madre, no era por si se encontraba mal, era por si había visto u oído algo que no debía, pero iniciar un interrogatorio por muy sutil que fuera no era buena idea. El día se presentaba difícil, entre la inesperada compañía y la actitud de su madre le hacia imbuirse en un estado colérico. Dejó el alimento matinal a medio terminar y se levanto de la mesa, entró nuevamente en la cocina y depositó el vaso de café y su plato en el fregadero, se asomó al quicio de la puerta para asegurarse de que nadie estaba en el pasillo y salió casi de puntillas hacia la puerta del sótano. Quería comprobar el estado de Diana, solo ver que aún respiraba. No tenía intención alguna de preocuparse por sus heridas, por si tenia hambre o por cualquier otra necesidad que tuviera, cuando cerró la puerta se quedó escuchando en el primer escalón, no se oía nada. Descendió pausadamente, algo encorvado para ver desde la distancia que pasaba allí dentro. Diana estaba en la cama, tumbada del lado derecho de su cuerpo tal y como había perdido el sentido después de llegar hasta el lecho, las sabanas, la almohada estaban ensangrentadas al igual que su rostro, se notaba levemente el movimiento del cuerpo al respirar. Ella no alcanzó a escuchar que alguien se acercaba, solo tenía en su oído interno una melodía que la parecía estar escuchando despierta, pero aún soñaba, un sueño en el que se encontraba junto a su chico, en el salón de su casa escuchando aquella melodía, “de luz y de sal”. Hector zarandeó casi con temor el cuerpo de Diana, creyó que la muchacha respiraba con aquella lentitud por que estaba agonizando, no es que le importara demasiado, pero no entraba en sus planes un contratiempo más ese día. Diana notó el movimiento, por unos segundos seguía soñando, ahora bailaba con su chico al son de la música de su oído interno, pero cuando el zarandeo fue mayor despertó sobresaltada volviendo a aquella odiosa habitación, se giró bruscamente en busca de la persona que estaba agitando, un movimiento instintivo que la transporto de nuevo al dolor de su mandíbula desencajada. Hector había dado un pequeño salto hacia atrás con la reacción de Diana, se fijo en su rostro hinchado y deformado por la lesión que la produjo con el violento golpe que le asestó el día anterior. Para hacer notar el poder que ejercía sobre ella, con una mano le agarró la cara, presionando allí donde sabia que dolería, se estremeció de dolor  solo con la leve presión que hizo en su mentón.
-Hola Dianita-dijo el entre susurros. Te gustaría saber quien está en casa hoy ¿te gustaría?, la preguntaba mientras apretaba un poco más su maltrecha mandíbula. Tengo a dos carpinteros, Germán y Alberto, dos hermanos muy simpáticos ¿los conoces? Seguro que si, rió. Las mentiras no traen nada bueno y esto te lo has ganado con matricula de honor, pero lo que vendrá proximamente será por que a mi me da la gana, disfrutare no lo dudes.
Diana no se podía mover, el dolor la mantenía paralizada, tampoco llegaba a entender que hacían allí su novio y su cuñado, como había dado con ellos ese maldito trastornado.  Cuando la hubo soltado ni si quiera lo miró, se acurruco en un lado de la cama deseando morir en aquel mismo instante, sentía que todo estaba ya perdido, que no merecía la pena seguir luchando por nada. Francisca había aprovechado que tenía que llevar las cosas a la cocina para comprobar el manojo de llaves, cunado pasó por la puerta del sótano se fijo en la cerradura para hacerse una idea de la llave que encajaría. Con las manos temblorosas y haciendo más ruido del que debiera miró una por una, no tenia ni idea de cual podría ser, escucho una tos ronca, era su hijo que se acercaba hasta donde se encontraba ella. Disimuladamente se colocó junto al fregadero, abrió el grifo y se dispuso a fregar, Hector se asomó sin decir palabra, pudo ver a su madre enfrascada en la limpieza de vasos y platos –todo en orden por aquí- pensó. Después fue a ver a los carpinteros, pero al llegar a la escalera, ellos bajaban para ir a comer algo.
-Vamos a ver si nos hacemos con unos bocadillos, ya va habiendo hambre-dijo Alberto mientras descendía
-Eso está bien, no se puede trabajar tranquilo con el estomago vació-contestó Hector
-Tardaremos media hora como mucho y volvemos-comento Germán mientras cerraba la puerta.
De camino al bar, Alberto le comentaba a su hermano si no había notado nada raro en el hombre, a lo cual contestó que no, que tampoco se fijó mucho en el, además les estaba dejando solos tal y como su hermano quería.
Hector inspeccionó la zona de trabajo, la puerta estaba casi colocada y después solo faltarian algunos remates. Vio que uno de los hermanos se había dejado en la caja de herramientas la cartera, no dudó un instante en cogerla y revisar su contenido. No buscaba dinero, ni tarjetas, solo quería saber la dirección que venia en el DNI, resultó ser la cartera de Germán y tuvo la necesidad, la curiosidad de saber donde vivía Diana con su novio, apuntó la dirección en una hoja y volvió a dejar la cartera donde la encontró. Quizás podría hacer algo para que al día siguiente solo viniera Alberto, así le seria mas fácil llevar acabo su plan.
Los carpinteros tardaron en llegar algo más de la media hora que habían dicho, pero sin perder ni un segundo reanudaron el trabajo de forma rápida, Alberto quería terminar cuanto antes con la dichosa puerta y dedicarse lo antes posible al entarimado de esa zona de la casa. No deseaba permanecer en aquel sitio más tiempo del necesario. Hector les comento que debía salir para hacer unos encargos y no sabría cuanto tardaría, lo más seguro es que cuando volviera ellos no estarían. La intención de Hector no era otra que comprobar la zona en la que vivía el novio de su “invitada” y quizás hasta se quedara esperando al muchacho por las inmediaciones, sacó el coche del garaje y se dirigió al destino fijado en su GPS. Su madre que estaba escuchando la conversación que mantenían, decidió que el momento para averiguar cual era la llave de aquel cuarto sería en cuanto los carpinteros salieran de la casa, siempre y cuando su hijo no llegara antes de que los chicos se marcharan. No sabia del tiempo que dispondría para hacerlo , pero debía intentar liberar a la chica. Continuara…