miércoles, 6 de julio de 2011

La Lluvia (part9)

Los ojos de Diana estaban enrojecidos por el llanto, sudorosa y con el pelo alborotado de luchar con sus ataduras. La brecha sangraba de nuevo, parte de la almohada estaba manchada.
Miraba a su captor aterrorizada-será un asesino, un violador o ambas cosas- pensaba sin dejar de fijar la vista en su rostro. Quería recordar con detalle la cara del hombre, por si acaso lograba escapar dar una descripción exacta a la policía, no se imaginaba que salir de ese sótano era casi misión imposible. Héctor dejo las bolsas a los pies de la cama, bordeo la misma acercándose a ella, retiro el pelo que cubría la herida, arrugo la nariz haciendo ver que no le gustaba la pinta de esa herida.
-Voy a curarte ese corte, no te muevas que enseguida vuelvo- le dijo en tono paternal.
Diana no movía ni un músculo, su corazón latía con mucha fuerza, tenía la sensación de que se le saldría del pecho. Al cabo de dos minutos, el hombre regreso con un pequeño maletín, con una cruz roja pintada en una de sus caras. Se sentó a su lado, lo abrió y saco lo que necesitaba, primero limpio la herida con una gasa empapada de alcohol, lo que hizo que Diana se retorciera por el escozor que sentía.
-Cálmate, es por tu bien. Acabare pronto de limpiarte y dejaras de sangrar- le dijo, mientras que con su mano izquierda la sujetaba por la barbilla.
Cuando hubo terminado, le puso sobre el corte una gasa nueva con betadine, la sujeto con dos tiras de esparadrapo y le guiño un ojo en señal de que había terminado. Recogió las cosas y las metió de nuevo en el maletín.
Del armario que había bajo la escalera, sacó una taladradora, un alargador y un martillo. Contó cinco pasos desde el lateral derecho de la cama, marco el suelo con una equis, enchufo la maquina e hizo un taladro en el centro del signo. Relleno el agujero con una fijación química e introdujo una varilla de métrica doce. Parte del trabajo estaba hecho.
-La cena estará lista en un rato, espero que tengas hambre- dijo con una media sonrisa y salió del sótano cerrando con llave.
Diana se dedico a mirar a su alrededor, no había ninguna ventana por la que poder escapar, la única salida era por la escaleras. Las posibles armas que podía utilizar estaban bajo llave en aquel armario y luchar cuerpo a cuerpo sería un suicidio, solo le quedaba una cosa. Ganarse su confianza, aunque le llevara tiempo.
Dos coches de patrulla, aparcaron en doble fila en la calle Huesca, los cuatro agentes bajaron de los mismos y se encaminaron hacia el portal numero quince. En ese momento un vecino salía del mismo, dos de los agentes entraron y la otra pareja se quedo en la entrada con una foto del sospechoso en la mano, por si aparecía en el barrio. Subieron en el ascensor hasta el séptimo piso y encararon la puerta con la letra B. Hicieron sonar el timbre dos veces seguidas, no contesto nadie, volvieron a pulsarlo pero el resultado fue el mismo. Avisaron por radio a los compañeros que esperaban abajo, que se dieran una vuelta por los bares de alrededor para ver si veían a quien andaban buscando. Volvieron a tomar el ascensor para apostarse en el portal. La búsqueda en los alrededores del barrio no dieron los frutos deseados y la espera a la entrada del edificio no resulto mejor.
Germán puso la alarma de su despertador a las nueve en punto de la mañana, se tumbo en una cama que tenían en la habitación contigua a la de matrimonio, no era capaz de hacerlo en la cama donde, tantas noches había compartido con Diana. Procuro dejar su mente en blanco para intentar descansar, poco a poco el cansancio acumulado fue haciendo mella en su cuerpo, minutos después cayó rendido en os brazos de Morfeo. En lo que creyó que fue un instante despertó sobre saltado, miraba a su alrededor como si no supiera donde estaba, algo por otra parte lógico ya que nunca había dormido en aquella habitación. Aun tenía en su mente las imágenes de la pesadilla que le hizo despertar, escuchaba los gritos de Diana todavía retumbando en sus oídos, gritaba desesperada que la ayudara, que la rescatara. Pese a todo eso, sintió un halo de esperanza en su interior, tomó aquel sueño como una premoción, ella estaba viva, tenía que estar viva y le necesitaba.
Su cuerpo estaba ardiendo, entro en la ducha, giro la llave del agua fría y permaneció debajo de la fina lluvia durante unos segundos. Después de lavarse bien y afeitarse, tomo café recién hecho acompañado de un puñado de cereales con miel y se fue a la copistería a recoger el encargo del día anterior.
Héctor volvió al sótano media hora después, portaba una bandeja con la cena de su “invitada”. El menú constaba de una sopa a la jardinera, de esas de sobre, un filete de ternera con guarnición de patatas fritas y de postre un yogur de frutas silvestres. Para beber un vaso de tubo con zumo de melocotón. Diana pensó que sería su momento, en cuanto desatara sus manos para que cenara, intentaría clavarle el cuchillo y después huir lejos de allí. Que equivocada estaba, ese sería un error demasiado pueril, para que Héctor lo cometiera.
El hombre dejo la bandeja en una silla que acerco a la cama, acomodo la cabeza de Diana y se dispuso a darle de cenar.
-Hora de cenar, espero que te guste lo que te he preparado. No sabía que alimentos serian de tu agrado, pero ya tendremos tiempo de conocernos mejor. Por ahora te alimentaré yo directamente, tenemos que ganarnos una confianza mutua, cuando lo logremos harás cosas sola.
Diana tuvo ganas de llorar, su plan se había esfumado como el humo de un cigarrillo. Quería confianza-¿como pensara en ganarse la confianza de una persona a la cual ha agredido y secuestrado?- se dijo para sus adentros.
-Por cierto, no te molestes en gritar cuando te quite la cinta- le informo Héctor. La habitación de “invitados” está totalmente insonorizada, nadie puede oírnos. ¿Te portaras bien?, le pregunto.
Ella asintió con la cabeza, el primer impulso que sintió cuando sus labios quedaron libres, fue el de gritar y comprobar que era cierto lo que decía el hombre, pero se contuvo, pensó en esa confianza que debía ganarse.
-Mi nombre es Tomás- mintió él. Perdona mi mala educación por no presentarme como es debido. ¿Tu cómo te llamas?
-Raquel- contesto ella mintiendo también, algo la hizo pensar que la había engañado, así que estaban empatados.
-Bien Raquel, si corro demasiado me lo dices, no quisiera que te atragantaras.
Después de la ultima cucharada de yogur, él limpió suavemente los labios de Diana, recogió la bandeja y la deseo buenas noches, dejando el sótano a oscuras. Continuara….