miércoles, 27 de julio de 2011

La Lluvia (part14)

Germán no alcanzaba a entender el significado de las velas-Diana no está muerta ¿Por qué  las velas?- se decía así mismo, se acercó disimuladamente al oído de Carla susurrandole ese mismo pensamiento.
-No es por que piensen que está muerta, es una forma de pedirle a dios que vele por ella y nos la devuelva a salvo- musito ella, contestando a la pregunta.
-Si hubiera un dios, no permitiría estas cosas- respondió Germán, notando su interior rebullir de ira.  Carla se limito a bajar la cabeza y cerrar sus ojos, movía los labios sin que escapara ningún sonido de ellos, mascullaba una plegaria hacia ese dios que ella si creía que existía. En varias ocasiones se rompía el silencio reinante con gritos  pidiendo que Diana volviera,  a los cuales se unía el clamor popular y unánime como una sola voz. La manifestación era observada de cerca por varios agentes de uniforme, otros vestidos de forma normal y mezclados entre la muchedumbre, no querían que aquella concentración sirviera de excusa para que alguien pudiera promover otro tipo de actos.
Todo transcurrió de la forma deseada, al final una ovación en forma de aplausos rompió el aire, dando así por terminada la  congregación. Mientras el personal se dispersaba, no sin antes saludar a la familia mostrándoles de nuevo su apoyo, los medios de comunicación no perdían ripio de todo lo que se sucedía, e incluso mas de un micrófono fue puesto cerca para recoger las palabras que les dedicaban. Varios periodistas intentaron  arrancar alguna palabra de los familiares de Diana, muy a pesar suyo no consiguieron más que un-gracias por todo- de boca de Germán. Tanto el alcalde como los ediles del Ayuntamiento se despidieron de ellos rodeados de agentes municipales, ofreciéndose a ayudarles en lo que estuviera en su mano. Cuando ya no quedaba practicamente nadie en el parque, Germán pudo ver al comisario salcedo y al inspector Tejada entrar en un vehículo policial, ahí estaban, vigilando sus movimientos una vez más.
Hector conducía su Kia Venga de forma un poco agresiva, aunque su semblante estaba aparentemente relajado, su mente no dejaba de pensar en aquella vecina y las consecuencias que podía traer su más que posible indiscreción. Francisca tampoco iba muy relajada en su asiento, los continuos adelantamientos y cambios de carril de su hijo la tenían en tensión.
-Hijo, no hace falta correr tanto, más vale perder un minuto en la vida, que la vida en un minuto- le aconsejó, sin dejar de mirar al frente.
-Perdona mamá, es que estoy ansioso por que veas la casa y me he dejado llevar- contesto el y acto seguido aflojó el pié del acelerador. Condujo de forma normal hasta su destino, aunque la sra Manolita no dejaba de dar vueltas en su mente. Al señalarle cual era la casa a su madre, quedó fascinada por aquella facha de piedra natural, las ventanas de madera con los vidrios al estilo inglés, una gran chimenea que sobresalía detrás de la fachada principal y la verja de hierro forjado que rodeaba todo el terreno. Estaba deseando bajarse y contemplar todo con suma tranquilidad, esta vez no dejó el coche en el garaje, lo detuvo en la rampa y ayudo a su madre a bajar de el, ella cogida del brazo de Hector subieron las escaleras de mármol que llegaban hasta la puerta principal. Al abrir la puerta invito a su madre a pasar primero, al amplio recibidor le seguía un pasillo, este comunicaba con un aseo y la cocina a la derecha, unos metros mas adelante con la escalera que subía a la planta superior a la izquierda y al fondo con el enorme salón, solo aquella planta dejaba al piso de Móstoles como si fuera de juguete. Lo que menos  le gustó a Francisca era la decoración, era todo lo contrario a lo que ella entendía a decorar una casa.
Subieron a la planta superior, cinco habitaciones con baño propio tres de ellas y aseo otras dos. Francisca se decidió por la primera que había a la izquierda nada más subir las escaleras, dejaron las maletas en el interior y se dispuso a colocar su ropa y enseres. Hector bajo raudo las escaleras y entro en la cocina, preparo unos sandwich y cogió un brick de zumo, lo coloco todo en una bandeja y entró silenciosamente en la habitación de su “invitada”. Al encender la luz del sótano Diana rompió a llorar, todos los temores a ser abandonada en aquella lúgubre estancia se disiparon, pero también por que se sentía avergonzada por haber tenido que orinarse encima y mojar la ropa de cama y el colchón, tenia miedo a la reacción de Tomás aunque fuera casi inevitable el que sucediera aquello, después de mas de veinticuatro horas sola. Al contrario de lo que pensaba Diana, el se mostró arrepentido de haberla dejado tanto tiempo sola.
-Perdoname Raquel, lo siento muchisimo- se disculpaba el. No era mi intención dejarte sola tantas horas, tenia que hacer unas cosas y me llevaron mas tiempo de lo esperado, no volverá a suceder te lo juro ¿podrás perdonarme?
Diana asintió entre sollozos, aunque por dentro hubiera preferido ahogarlo con sus propias manos.
-Gracias Raquel, te has portado muy bien, no como yo. Te he traído varias cosas, pero antes come un poco, te soltare una mano en muestra de mi confianza para que lo hagas tú sola, mientras iré a por sabanas limpias, ropa y algo para que te asees. Mañana mismo te instalare un retrete y un lavabo, la situación ha cambiado y ya te contaré porque. Ahora no hagas ningún movimiento extraño ni intentes quitarte el otro nudo en mi ausencia, no quisiera tener que matarte- le advirtió con una media sonrisa.
Una vez liberada, Diana engullía los sandwich casi sin respirar, el litro de zumo desapareció con la misma rapidez que los emparedados. Al regresar Hector al sótano ya no quedaba rastro de la cena, le colocó la cadena que había anclado al suelo alrededor del tobillo izquierdo y le volvió a sugerir que no intentara nada, que la liberaría para que se aseara mientras el hacia la cama, aunque lo hubiera pensado no tendría opción de hacer nada, ya que portaba un cuchillo de grandes dimensiones. Diana se limito a ponerse donde le había indicado, se dio la vuelta para que no la viera  mientras se aseaba, el no levanto la vista de la cama en ningún momento para mirarla, es más, sentía un poco de vergüenza ante aquella situación. Cuando hubo terminado de hacer la cama, pregunto si estaba lista.
-Si, ya estoy lista Tomás- contesto Diana.
Regresó a la cama, pero esta vez solo le ató las manos y dejo la cadena en su pié izquierdo quedando el derecho libre. Ella le ofreció una sonrisa en señal de agradecimiento para continuar ganadose su confianza. Hector le mostró entonces lo que le había comprado el día anterior, los discos, las camisetas y la ropa interior.
-¿Podría escuchar un poco de música durante un rato?- pregunto casi suplicando.
-Esta bien, pero solo un rato- contesto Hector abriendo uno de los discos, he introduciéndolo en el reproductor.
Cuando Hector hubo desaparecido de la estancia, Diana rompió a llorar de nuevo, esta vez por la rabia contenida de verse liberada durante unos minutos y no poder haber hecho nada, por escuchar los acordes de aquellas canciones que le recordaban a Germán, a su familia, a su vida antes de que se quedara dormida en el tren y se pasara de estación. Sabía que ya nunca sería la misma si lograba salir de aquel secuestro, aquel hombre había acabado con la Diana que ella conocía.
Francisca, ajena a todo lo qué sucedía en ese sótano, continuaba ordenando y guardando sus cosas, en armarios y cajones. Al terminar bajó en busca de su hijo, lo encontró entrando en la cocina desde el garaje.
-¿Ya has teminado de instalarte en tu cuarto mamá?
-Si hijo, ya tengo todo guardado. Voy a preparar algo de comer y comeremos en el jardín ¿Qué te parece?sabia

-Me parece estupendo, monto la mesa y voy al pueblo a comprar unas cosas.
Abrió de par en par las puertas que daban al jardín desde el salón, puso un mantel sobre la mesa, los cubiertos y un pequeño jarrón con tres rosas blancas recién cortadas, una por cada persona de la casa.
Germán invito a la familia a ir a su casa, quería que cenaran todos juntos y terminar así ese día lleno de emociones y sentimientos. Todo aceptaron la oferta, pero con la condición de que cocinara el, a lo cual accedió entre las risas de todos.
Después de la cena se fueron marchando uno a uno, volvió a quedarse en aquella soledad que detestaba tanto, en aquel estremecimiento que le provocaba el saberse vigilado. La policía ya sabría que se encontraba solo, habrían visto a su familia salir del portal y esperarían a ver que haría el. Echó de nuevo las persianas hasta abajo, pero esta vez no conectó la lamparita, encendió el televisor y se quedo viendo noticias hasta que se durmió sin darse cuenta.
Hector fue a comprar el lavabo y el retrete a una fontaneria de pueblo, se llevo todo lo necesario para su instalación atendiendo los consejos del encargado de la tienda, declinando en todo momento el ofrecimiento de esta persona a colocárselo por un módico precio. Llego a irritarle de sobre manera su insistente persuasión, casi hasta el punto de querer meterle la cabeza en el retrete recién adquirido, pero por segunda vez en el día tuvo que contener su ira. Abandonó la tienda con una furia creciente en su interior, necesitaba descargar toda esa rabia o estallaría por dentro. Al regresar a casa, entró en ella sin pronunciar palabra, se le notaba desencajado, se dirigió al piso de arriba, a su cuarto. La madre esperaba tranquila en el jardín, regando las rosas que crecían en el, no le escucho entrar pero de repente oyó unos fuerte golpes, venían del interior de la casa. Paralizada y asustada dejo caer la maguera. Hector trataba de abrir la puerta de su cuarto, estaba cerrada con llave, pero esta no giraba dentro de la cerradura, estaba atascada, con lo que esa ira estallo presa de aquella nueva contrariedad. Patadas y puñetazos dirigidos hacia la puerta fueron su vía de escape, con los nudillos ensangrentados y la puerta literalmente destrozada se sentó en el suelo, jadeaba fuertemente  por el esfuerzo realizado. Francisca no se podía creer lo que había oído, a su mente regresaron aquellos episodios violentos cuando Hector aún era un niño, los primeros brotes iracundos de su hijo sin saber por que, intento ir lo mas rápido que sus octogenarias piernas la dejaban, hasta el lugar de donde provenian los golpes. Sabía de más que encontraría a su hijo en un estado de perturbacion, pero también tenía las artes para calmarlo igual que cuando era un crío, no tenía miedo de sus reacciones y si que en sus arrebatos pudiera lastimarse o herirse gravemente. Ascendió las escaleras que comunicaban con la planta superior, allí sus ojos contemplaron que su hijo, sentado en el suelo tapándose la cara con las manos ensangrentadas lloraba desconsoladamente, no dijo nada, se arrodilló con gran esfuerzo y lo acurrucó entre sus brazos, balanceandose como si acunara a un bebé. Permanecieron en esa postura unos quince minutos, hasta que los llantos fueron cesando, dando paso a una tensa calma.
-¿Ya te encuentras mejor cariño?- pregunto ella besando su frente sudorosa.
-Si mamá, no se que me ha pasado. Siento haberte asustado, no volverá a ocurrir.
-Ahora bajaremos a curarte las manos y después comeremos como si nada hubiera ocurrido. Tienes que cuidar la medicación mi vida, no me gusta verte así.
Hizo lo que propuso la madre sin rechistar, cabizbajo aguantaba el tremendo escozor y dolor que el causaban las curas, pero no salió de su boca ningún quejido, después de comer le llevo a una habitación y le dio la mendicación para que descansara. Ella entretanto recogió los trozos de madera arrancados a golpes de la puerta.
Hector estuvo dormido siete horas seguidas, su madre miraba de vez en cuando que  su descanso fuera plácido, se levanto atolondrado y dolorido, bajo hasta el salón en busca de su madre. Se sentó a su lado y la beso la mejilla con ternura.
Después de un rato se levantó y preparo algo de cenar para su “invitada”, para que Francisca no pudiera ver como entraba en el sótano la hizo salir al jardín para que cortara algunas flores y preparar un centro, la madre encantada con la idea se puso manos a la obra enseguida. Se deslizo sibilinamente por la abertura oculta en la pared, dejó la bandeja con la cena en una silla y le indico con un gesto a Raquel que esperase, volvió a salir esta vez en busca de los sanitarios para dejarlos preparados para su instalación al día siguiente. Después volvía a liberar una de sus manos, para que así pudiera alimentarse sola.
Una mañana gris inició el primer día de la semana, Germán notaba como si su cuerpo le pesara el doble, se movía cansinamente por la casa, no tenia ganas ni de verse la cara en el espejo. Estaba entrando en un bucle depresivo peligroso, no debía permitir que eso llegara a más, así no sería de ayuda ni para el mismo, decidió llamar a su hermano para volver de nuevo al trabajo.
-Buenos días Alberto- dijo el al contestar su hermano.
-Hola hermano ¿Cómo te encuentras hoy?
-No muy bien, siento que no tengo ganas de nada, como si me estuviera rindiendo. Necesito que me ayudes a salir de esto, aceptare volver al trabajo, puede ser una buena terapia.
-Claro que si, ya te dije que puede ser lo mejor para ti, pensar en otras cosas será bueno para escapar durante unas horas de esos pensamientos. No olvidaras este trance, pero le darás un respiro a tu mente.
Iré a buscarte para que me ayudes en la colocación de una barandilla, es poca cosa pero para empezar estará bien.
Dicho y hecho, al cabo de unos minutos Alberto esperaba dentro de la furgoneta, durante el trayecto le explicó la clase de trabajo que debían realizar. También le enseño los presupuestos que tenia aún por entregar, si les daba tiempo se los llevarían a los clientes. A Germán se le pasó la jornada rapidísimo, se había centrado tanto en el trabajo de la barandilla que casi no había hablado, mas que para pedir alguna herramienta a su hermano. Algo más tarde de las dos de la tarde habían concluido la tarea, comieron juntos en un restaurante del polígono de Urtinsa, mientras daban buena cuenta del menú organizaban los presupuestos para hacer una ruta que terminara cerca de casa. Alberto estaba encantado de volver a tener a su hermano a su lado, notaba que el día de trabajo le estaba sentando muy bien y no iba a dejar escapar la oportunidad de que continuara así, aunque para ello tuviera que hacer trabajos de poca monta.
Hector madrugó mucho, tenia que hacer el trabajo de fontaneria en la habitación de su “invitada” antes de que la madre despertara. Casi asustó a Diana cuando irrumpió en el sótano, le ofreció un copioso desayuno, puso música y comenzó a trabajar.
-Tomás ¿Qué te ha pasado en las manos?- preguntó ella con tono preocupado.
-Un pequeño accidente, gracias por preocuparte, pero no es nada de importancia- contesto Hector y siguió enfrascado en sus quehaceres.
Hora y media después ya tenia todo listo, recogió las herramientas, limpió los escombros de la abertura que tuvo que hacer, en el falso pilar donde se encontraba la bajante y en la cual conecto los desagües de los sanitarios. Delante de ellos colocó un viejo biombo que tenia guardado en el sótano, así no vería a Diana hacer sus necesidades cuando bajara.
Ahora tenia otro trabajo por delante, debía cambiar la puerta destrozada de su dormitorio y hasta reparar todas las marcas que habían quedado en el suelo, pero eso no sabia hacerlo el, necesitaba encontrar alguien que lo hiciera. Francisca estaba en el salón, ultimando el centro de mesa mientras veía la televisión, Hector alabo el trabajo y el buen gusto de su madre al ver su creación. Se sentó junto al teléfono, y se puso a ojear las paginas amarillas, apuntó varios números de teléfono en un papel y se dispuso a llamar. Continuara……